“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. (Gálatas 6:1 RV60).
De cuando en cuando, es común escuchar en las congregaciones evangélicas que tal o cual hermano es más o menos espiritual.
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Hasta se hacen marcadas diferencias entre quienes son tenidos por “espirituales” y los que no lo son tanto o definitivamente, a los ojos de los “espirituales” de la congregación, no lo son, arrogándose una facultad de judicatura que no les ha sido dada.
¿Cuál es la vara que debemos usar para medir la espiritualidad? ¿Es acaso el espíritu de alguien, un ente material que podamos tocar y aplicar sobre él como medida de hombres? Definitivamente no. Según la Biblia, el espíritu procede de Dios, porque Él mismo es espíritu, por tanto quienes hemos confesado a Cristo Jesús como nuestro Señor y Salvador personal, hemos recibido también su Espíritu Santo morando en nosotros ¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está en vosotros? (1ª Co. 3:16 RVE95).
Sin embargo, el mismo Dios a través de su Santa Palabra y en boca del apóstol Pablo, nos muestra cuales son los frutos del Espíritu “…el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gáltas 5:22-23 RV95). Si alguno tiene ojos para ver todos estos frutos en toda su magnitud y ha sido llamado y puesto entre los hermanos para juzgar quienes son espirituales y quienes no, entonces “JUZGUE”.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. (Gálatas 6:1 RV60)
Dios bendiga su vida. Amén
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